miércoles, 6 de abril de 2011

"No hay quien se te entere"

Eso mismo me encontraba diciendole a alguien bien apreciado por mi, para mi propia sorpresa. Se trataba de una anomalía espontánea del idioma, de una mutación sintáctica y semántica fortuita, de un simple azar. Y volví a repetir un par de veces lo mismo:

"No hay quien se te entere"
Cheby Dirval -- Planeta Tierra, 2011

Me partia de risa. Dede luego que disfruto enormemente con esta clase de divertimentos. ¿Te imaginas que acabara poniendose de moda, como ocurrió con lo de "¿Eso que es lo que es?" o aquello de "Aqui no hay más nada" ? El desternille. Pero ahí están. Son frases hechas del momento y alguna de ellas perdurará durante décadas e incluso podría llegar a consolidarse como parte de la estructura del idioma.


No obstante una idea me asaltó. Una de esas que recurrentemente aparecen al darse ciertas circunstancias. Se trata de lo que suponen las anomalias dentro de un sistema establecido, regulado por convenio, o controlado por causas naturales. Esas anomalías o accidentes son uno de los motores del cambio. Las mutaciones genéticas posibilitan que exista una evolución, algo diferente, que quizás es mejor aceptado por el entorno. Los accidentes artísticos que se alejan de lo que es una vacua y absurda ortodoxia en el mundo del arte, propinan un espaldarazo a la evolución del mismo. Las mentes divergentes miran allá donde nadie ve y posibilan que nuevas ideas broten. Lo anómalo es pues la esencia del cambio. Y la costumbre de tener una anomalia delante de nosotros la convierte en familiar y aceptable. Tan volubles somos que ni nos damos cuenta de nuestros propios arbitrios.

Habría que mirar con otros ojos lo que es diferente. Hay a quien le atrae irresistiblemente. Pero hay a quien no: al ortodoxo y al poderoso no le interesa el cambio. Y a la mezcolanza de ambos, menos. Así que digo yo a partir de ahora "no hay quien se les entere."

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