Querría haber escrito esto en el preciso dia de mi cumpleaños. El dia tocayo en que se conmemora que nací. El día en que, como organismo pluricelular, comencé a respirar, a ver, a saborear el aire, a ser acariciado con imágenes,... a percibir las estridencias, los murmullos, … el calor humano.., ese día comencé a existir.

Percibí. Millones de minúsculos interfaces con el mundo exterior a mi materia me mantenían en permanente conexión con la química del exterior,... mis primeros alimentos para el alma... las canciones de cuna, el roce de una mano, un rostro que no cesa de mirarme y que capta poderosamente mi atención, el sabor de los nutrientes,... pero ante todo mi límbica y telepática conexión entre mi alma y las almas circundantes. Pocos se percantan de que les llamo,... ¡niños! ¡Qué radiante energía tienen en sus activos espíritus! Si, con ellos fluyen mejor mis mensajes que con los adultos que no son cercanos a mi.

Sentí. Cuando el mapa de sensaciones y de causas-efecto estuvo casi completo, y había superado el rodaje con el mundo exterior, me permití mi primer gran lujo. Sentir. Ser consciente de mis propias percepciones y generar alrededor de ello un sentimiento de preferencia, o una respuesta que fuera en pos de recibir más ese estímulo o de tratar de bloquearlo. Simples pero elementales sentimientos. Los primeros... con la misma esencia que los que ahora mismo, tiempo después, me mueven a seguir buscando las respuestas y estímulos del exterior que más bienestar me producen... lo que yo mismo he acabado creyendo que es mi propio bienestar.

Abstraí. Pude encapsular y empaquetar en pocas emociones o pocos razonamientos toda una colección de ellos. Aprendí a manejar dentro de mi mente, y a la postre, dentro de mi alma, conceptos, ideas inmateriales, procedentes de materiales brutos que captaban mis sensores, y que digería hasta la extenuación en un proceso infinito de análisis, hasta llegar a la más pura esencia de aquello en lo que focalizaba toda mi atención.

